Cuando abrió la puerta, me percaté que había un trípode con una cámara.
- ¿Vas a filmarme? – le pregunté.
- Sí. –respondió. – ¿No te parece bien? – me preguntó.
- Sabes que haré todo lo que tu desees, mi Amo, pero no quiero que la grabación caiga en según qué manos.
- No te preocupes, sabes que siempre cuido de ti, y seguiré haciéndolo.
Lo sabía, es más, alguna vez me había filmado pero, si he de ser sincera, me daba corte saber que iba a filmar la sesión, nunca me ha gustado verme por la pantalla.
Cogió un plug hinchable, le puso un poco de lubricante, me hizo quitar el tanga y me lo introdujo. Bombeó una vez, notaba como se dilataba dentro de mí. Bombeó otra vez, notaba la tensión de mi esfínter contra el tamaño en aumento del plug. Me encantaba esa sensación, decir lo contrario sería mentir. Salió de la habitación y me dejó allí, de cuatro patas, con el plug hinchado, notando como mi culo se dilataba por momentos, cada vez sentía menos tensión, se amoldaba al plug a la perfección.
Al cabo de poco rato oí sus pasos acercándose, se abrió la puerta y se quedó mirándome desde el umbral. Metió la mano en el bolsillo y sacó un pañuelo negro. Cogió la correa y tiró fuerte de ella para que me levantara. Me tapó los ojos.
- Quítate las pinzas, ya hace demasiado rato que las llevas. Con cuidado, te dolerá.
Lentamente abrí una de las pinzas. Por más cautelosa que fuera liberando mi pezón, la sensación que tenía era la de una aguja clavándose en él. Era un dolor muy agudo, delicioso. Cuando liberé por completo el pezón lo masajeé lentamente para reactivar la circulación, como mi Amo me había enseñado. Después repetí la operación con el otro. De igual forma sentí aquel dolor punzante, de igual forma sentí placer con ello. La tensión de mi cuerpo ante el dolor hizo que me percatara de nuevo en el plug que habitaba en mi cavidad, gemí.
- Dime como te sientes zorra. Mírate, dime como te ves ahora, así, sodomizada por una polla de plástico, gimiendo como una perra. ¡Díselo a tu Amo! - me ordenó.
- Me siento... - no sabía cómo explicarme, eran tantas las sensaciones que tenía, que no lograba ordenarlas para expresarme
- ¡Dímelo! - volvió a ordenarme.
- Mírame mi Amo, aquí tienes a tu perra, a tu zorra. Me siento tuya, puedo sentirme todo y sentirme nada, me siento vulnerable al máximo, y a la vez soy capaz de todo contigo. Soy una puerca, una guarra que se moja por momentos ante tu presencia. Solo se servirte, hacer lo que tu deseas, sirvo para darte placer, como una vulgar puta, como la puta que soy, tu puta, mi Amo. Esta perra desea que la tomes, espero ser digna de que me sometas y me uses. Haz de mi lo que quieras.
- ¿Y qué es lo que necesita mi puta?
- Dolor mi Amo, tu puta necesita dolor...
Una lágrima se escapó rodando por mi rostro, podían más las ganas que mi razón.
- Dame dolor mi Amo, por favor...
Estaba suplicando, era la primera vez que pedía algo a mi Amo. Jamás había exteriorizado de aquel modo una necesidad, me avergoncé y le pedí disculpas. Mi Amo se acercó y me abofeteó con fuerza. Noté sus dedos marcándose en rojo en mi mejilla. Y con tono severo me dijo:
- ¿Quién te crees que eres para pedirme nada? Sabes que tu Amo te dará lo que mereces. No vuelvas a suplicarme jamás. ¿Entendido?
- Sí, mi Amo - contesté.
- Abre la boca, quiero ver como babeas como la perra que eres.
Me puso una mordaza de bola. Me cogió por el brazo y me colocó en el centro de la habitación, donde cuelgan desde el techo unos grilletes. Me ató las manos. Con la fusta me dio un golpe seco en cada muslo para que abriera las piernas, y así lo hice. De nuevo apretó la pera del plug, lentamente. Notaba como mi cavidad se iba dilatando al ritmo que el plug se hacía más grande. Empezó a jugar con él. Lo movía lentamente al principio, haciendo movimientos rotativos, después lo sacó parcialmente, noté el frio del lubricante que añadió, movió el plug un poco para que se esparciera bien y lo metió de golpe. Después estuvo un rato metiéndolo y sacándolo bruscamente. Finalmente lo dejó en mi interior.
Cogió mis pezones y tiró de ellos con fuerza. Estaban doloridos por las pinzas, gemí.
- ¿No era eso lo que querías? Pedias dolor, ¿verdad puta?
Asentí con la cabeza. Notaba como mi humedad se deslizaba por mis muslos. Sentí vergüenza por el hecho de sentir tanto placer. Entonces empezó a golpear mis pechos con la fusta. Los acariciaba y volvía a golpearlos. Así durante un rato, hasta que el dolor era casi insoportable, hasta que notó que estaba a punto de correrme. Entonces, al notar la tensión de mi cuerpo al borde del orgasmo, paró en seco.
Cogió con fuerza mi mandíbula y dibujó mi barbilla con su lengua, mezclando su saliva con la mía. Mi lengua sedienta topaba con la bola. Deseaba tanto beber de su boca que aun babeaba más.
Noté como abría los labios de mi sexo, empezó a tirar de ellos. Me dio unas cuantas palmadas y después me puso pinzas. Era tanto el placer que sentía que notaba que me faltaba el aliento. Recuerdo que en aquel momento no sabía si lo que sentía era del placer, o ese ligero mareo era causado por hiperventilación, pero seguí dejándome llevar por el placer. Empezó a golpearme con la fusta en el clítoris. Después movió las pinzas y las golpeó con tal precisión que en cada fustazo saltaba una pinza. Entonces vino el látigo, podía notar el calor del cuero marcando en rojo mi culo en cada golpe, la espalda, el sexo… La sensación del látigo es tan envolvente que llega a ser una caricia para mi piel, el dolor aletargado de cada latigazo se convierte en un calor latente que perdura durante mucho rato. Era tan grande el placer que sentía que no pude reprimirme y estallé en un orgasmo brutal.
Me faltaba el aliento, las piernas me temblaban, apenas me tenía en pié. Quitó el resto de las pinzas con la mano, me acarició con suavidad. Liberó mis manos y me ayudó a tumbarme en la camilla. Me quitó la mordaza y me preguntó:
- ¿Qué te ha pasado, zorra?
- Me he corrido mi Amo, no he podido aguantar más, lo siento…
Me incorporó y apoyó mi cabeza en su pecho. Me acarició el pelo.
- Gracias mi Amo – le dije.
Deshinchó el plug y, con cuidado, lo sacó. Metió dos o tres dedos, no lo sé, en mi cavidad para ver si estaba dilatada. Lo estaba. Me hizo sentar poniendo una pierna en cada lado de la camilla y subió el respaldo para que quedara medio sentada. Oí como colocaba las perneras en la camilla y, finalmente plegó la parte inferior. Supe lo que quería, así que me senté justo en el borde y puse mis piernas en las perneras. Quería jugar conmigo.
Oí como se ponía los guantes de látex. Noté el frío del lubricante que esparcía con la punta de los dedos por mis dos cavidades. Entonces empezó a penetrarme con los dedos, con suavidad, poco a poco. Cada vez se sumaba otro dedo, hasta que noté como cedía la tensión ante el dichoso huesecillo del dedo gordo. Estaba dentro de mí. Entonces cerró el puño y empezó a jugar, a meterlo y sacarlo, primero parcialmente, luego por completo. Noté de nuevo el frio del lubricante cuando entró en acción la otra mano. Iba metiendo y sacando los puños alternativamente, se paraba un rato a jugar dentro y volvía a salir y entrar. Mis lágrimas empapaban el pañuelo, ahogaba mis gemidos mordiéndome la mano. El placer era extremo, como si estuviese en un orgasmo constante. Se entretuvo a explorar mi cavidad abriéndola con ambas manos. Lamió mi clítoris por unos segundos, nunca lo hace. Después metió uno de los puños y empezó a meter la otra mano al mismo tiempo, notaba la tensión, pero lo hacía tan lentamente que mis tejidos cedieron sin problema. Era la primera vez que lo hacía, que me abría de esa manera. Jugó un buen rato de ese modo, no sé cuantas veces me corrí.
Entonces cogió un guante y me lo puso.
- Mira cómo estás, zorra, cabrían tus dos manos ahora mismo.
Guió mi mano hasta mi sexo e hizo que metiera mi puño dentro. Realmente estaba muy dilatada, me sentía muy guarra, me sentía un agujero usado.
- ¿Te gusta estar así, zorra?
- Sí, mi Amo, sabes que me encanta sentirme usada.- dije medio susurrando, porque me faltaba el aliento.
Me quitó el guante y me apoyé en el respaldo. Entonces empezó a penetrar mi culo con los dedos. No podía evitar gemir. Poco a poco fue introduciendo los dedos, uno a uno, hasta llegar al cuarto. Entonces empezó a dar movimientos rotativos con la mano y de vez en cuando se entretenía a tocarme el clítoris con el dedo gordo mientras abría los dedos dentro de mí. Noté como hacía despuntar el clítoris con la otra mano, abriendo poco a poco mis labios, y empezó a rozar el punto más sensible con el dedo gordo. Era deliciosamente desagradable. Los espasmos que tenía por el contacto brusco con ese punto tan sensible, hacían que me contrajera, pero su mano no cedía ante la presión de mis músculos, y aun hurgaba más fuerte.
Esa mezcla de dolor y sensaciones me transportaba a otra dimensión del placer. Me sentía como un vulgar objeto que servía solamente para dar placer a mi Amo, pero ese placer era recíproco: cuanto más me usaba, cuanto más manipulaba mi cuerpo, cuanto mayor era la vejación, cuanto más guarra me sentía en sus manos, mayor era mi placer, me sentía más libre de tabúes y de complejos, me sentía más mujer, mas capaz de todo. Sentía que estaba en otro nivel, por encima del resto de los mortales, cuanto más sometida estaba, cuando mas suya me sentía.
Seguía en mi cumbre de placeres indescriptibles cuando de repente sacó su mano de mi culo, bajó mis piernas de las perneras y me ordenó que me pusiera a cuatro patas, apoyada en la camilla. Notaba lo abierta que estaba, aun más cuando separó mis nalgas con ambas manos para observarme. Entonces dio la vuelta a la camilla, puso su boca cerca de la mía, me besó suavemente y me dijo:
- Eres preciosa.
Me eché a llorar como una cría. Jamás pensé que esas palabras pudieran tocar mis sentimientos de la manera que lo hicieron. Sentí el orgullo que sentía mi Amo al poseerme sintiéndome suya. Y así, sin más, penetró mi culo con fuerza, con más fuerza que nunca, me agarró del pelo y tirando hacia Él notaba cómo se movía dentro de mí a grandes golpes, y de repente noté la tensión de su miembro, y su calor que me inundaba. Me regaló todo su placer.
Estaba tan extasiada que a duras penas pude susurrar un “gracias”. Entonces bajó el respaldo de la camilla, me hizo tumbar en ella y me tapó con una manta. Estaba temblando. Tenía mucho frío. Me acercó un poco de agua y bebí de golpe hasta la última gota del vaso. Me acarició el pelo de nuevo y me dijo que descansara. Me pregunté entonces por qué no me destapaba los ojos, pero no dije nada. Oí sus pasos alejarse y no recuerdo más que el despertarme en la habitación con mi Amo sentado a mi lado observándome.
- ¿Como estas?
- Bien, mi Amo, estoy bien. Muy cansada. – contesté.
- Deja que te ayude a quitar el corsé y duerme. Come algo primero.
En la mesilla había un vaso de leche y unos bollos. Me senté en la cama de espaldas a mi Amo y me ayudó a desabrochar el cordaje del corsé. Me tapé la espalda con la manta y devoré los bollos y la leche ante la mirada de mi Amo. Ambos nos miramos y estallamos a reír a la vez.
- ¡Veo que tenías hambre! – dijo.
- ¡Pues un poco sí! - dije con la boca medio llena por un trozo de bollo.
Seguimos con las risas un rato cuando le pedí a mi Amo que me abrazara. Me sentí tan bien en sus brazos que hubiese parado el tiempo para seguir abrazados eternamente. Entonces le pregunté:
- ¿Qué tal la sesión?
- Eres la mejor, y lo sabes. Venga, acuéstate y mañana hablamos con calma, que estas muerta. Eres la mejor – repitió.
Me tumbé en la cama, me tapó, me dio un beso en los labios. Vi cómo se alejaba me miraba desde la puerta y apagó la luz. Sus palabras se transformaron en un eco que rebotó en mi alma hasta que cedí ante el cansancio y me dormí.
El lunes por la mañana fui al trabajo aun dolorida por la sesión del viernes. Más que dolorida, sentía el calor de los latigazos aun tatuados en mi piel. Cuando tenemos sesiones de esta índole, el calor del látigo suele tardar tres o cuatro días en desaparecer. Debo reconocer que me encanta la sensación. Me recuerda en cada momento lo vivido con mi Amo.
Cuando entré en la oficina y di los buenos días, me extrañó la euforia con la que me saludó Alberto. Pero no le di ninguna importancia. Me fui a mi despacho y me puse a trabajar en el montón de facturas y albaranes que habitaban mi mesa. Recuerdo que cuando fui a por café, Alberto vino hacia la cafetera y con una sonrisa me preguntó:
- ¿Qué tal el fin de semana?
- Muy bien, gracias – respondí.
- Tengo una cosa para tu Amo y para ti, a la hora de plegar te la doy.
- ¿Y qué es? – pregunté.
- Es una sorpresa, preciosa.
Se sirvió un café y se fue hacia su mesa. Yo me quedé allí, aguantando mi baso, sin reaccionar ante la sorpresa que Alberto tuviese que darme algo. Me comí la cabeza un rato preguntándome qué sería. Ante la duda opté por dejar de pensar y me fui a mi despacho.
Cuando faltaba poco para la hora de plegar, Alberto llamó a la puerta de mi despacho. Antes que yo contestara entró y cerró la puerta detrás de él.
- Toma, aquí la tienes.
Me dio un sobre con un CD dentro. Le pregunté:
- ¿Y de qué es? ¿música?
Alberto se echó a reír a grandes carcajadas ante mi pregunta. Aun con una sonrisa burlona en la cara me dijo:
- No preciosa, no es música. Es mucho más bello que la música. Es más bien una película. Espero que os guste el montaje.
Cuando llegué a casa le comenté a mi Amo que Alberto me dio una película. Mi Amo me dijo que la pusiera, que iba a gustarme. Encendí la televisión y puse el CD. Me senté en el sofá, al lado de mi Amo, y le di al play del mando a distancia. Entonces, ante mi sorpresa, vi a una zorra a cuatro patas a la que su Amo le hacía quitar las pinzas, a la que humillaba, a la que ataba a unos grilletes que colgaban del techo en el centro de una habitación, a la que sometían con dureza y con cariño a la vez. Entonces me percaté que Alberto fue quien filmó la sesión e hizo el montaje. Sentí vergüenza por Alberto, pero ver las imágenes me hizo ver la belleza de la sesión, lo grande de ser sumisa, lo gigante que puedo llegar a ser en manos de mi Amo.
FIN