14/12/09

Una ocasion especial... (parte 1)

Estaba en el trabajo, sentada frente al ordenador de la oficina, tecleando la carta que me dictaba el comercial, para mandarla a un cliente. Quedó mudo por segunda vez, a lo que aparté la mirada de la pantalla y le pregunté si pasaba algo. En su boca se dibujó una sonrisa burlona y me preguntó de dónde había sacado el anillo que llevo. Le dije que me lo había regalado una amiga. Me preguntó si sabía el significado del triskel que hay grabado en el anillo Me puse seria, le dije que sí. La sonrisa burlona se convirtió en una carcajada, a lo que empecé a ponerme nerviosa y, algo mosqueada, le pregunté si íbamos a terminar con la carta o a hablar de cosas personales, porque yo tenía cosas que hacer y no tenía tiempo para más.

- No creo que tengas ni idea de lo que significa el triskel - dijo.

- Más que tú – le contesté.

Su gesto cambió de repente. Se puso serio, severo, su mirada se clavaba en la mía de tal modo que acabé por bajar la vista hacia el teclado. Cogió mi mano con fuerza y poniendo el anillo frente a mi cara me preguntó de nuevo si sabía qué significaba el símbolo del anillo. Grité un sí seco, molesta por su actitud, cabreada por su prepotencia, y aun mas porque me ganó en el reto de miradas.

- ¡Dímelo! - me ordenó secamente, a lo que respondí con furia:

- No eres nadie para mandarme nada, y no tienes ningún derecho a hablarme de esta manera.

Me hacía daño, apretaba mi muñeca con fuerza y seguía esperando mi respuesta en silencio, sus ojos clavados en los míos y su mano apretando cada vez con más fuerza mi brazo.

- Si no sabes lo que significa el triskel búscalo en el google! – le grité, y con un gesto seco intenté liberar mi brazo de su mano. No pude. Tenía miedo, no sabía qué hacer, seguía allí sentada, con mi mano presa por la suya, su mirada severa castigándome sin decir ni una palabra, me sentí impotente y furiosa pero sobretodo impotente.

- Así que aquí tenemos a una puta sumisa.- dijo.

- Sólo lo soy para mi Amo- contesté.

Al decir esas palabras me soltó la mano. Me acaricié la muñeca con la otra mano, me dolía. Y volviendo mi mirada a la suya y con toda la furia del mundo le dije:

- Antes que preguntes si tengo o no dueño ya te digo de entrada que sí lo tengo, así que déjame en paz porque yo a ti no te debo nada. ¿Seguimos con la carta o piensas quedarte toda la tarde mirándome y haciéndote una paja mental conmigo?

Seguía sintiendo miedo, aunque intenté disimularlo mostrándome segura de mi misma y un tanto prepotente hacia él.

- Mis respetos a tu Amo y discúlpame, si puedes.

Sus palabras me sorprendieron. Su gesto se suavizó. Aunque su mirada ya no era un puñal amenazante no se apartaba de la mía, y le contesté:

- Tus respetos serán transmitidos, no hay nada que perdonar, pero la próxima vez pregunta con educación y no tendré ningún inconveniente en contestar de igual forma. ¿Seguimos?

Cuando terminamos con la carta salí del despacho camino a la impresora, me siguió con la mirada a través de la cristalera del despacho. Me sentía algo incómoda por la situación, aunque me enorgullecía de haber puesto los puntos sobre las íes. Regresé con el documento y sin mediar palabra se lo di y regresé a mi despacho.

La tarde siguió con cierta intranquilidad, me sentía perseguida por su mirada, aunque no cruzamos ninguna palabra más que no fuera imprescindible y sobre el trabajo.

Cuando llegué a casa le conté lo sucedido a mi Amo, me escuchó con atención, y después me dijo:

- Esta es mi zorra, estoy orgulloso de ti- nunca me llama por mi nombre, a veces hasta dudo que lo sepa – no te preocupes, mañana vendré a buscarte al trabajo, así verá a quién perteneces.

Al día siguiente, la jornada fue bastante tensa, no podía quitarme de la cabeza la escena del día anterior, y me sentía perseguida continuamente por la mirada de Alberto, el comercial. Por la tarde mi Amo, efectivamente, vino a buscarme. Lo que no podía imaginar es que conocía a Alberto. Ante mi mirada perpleja, se saludaron efusivamente, no supe cómo reaccionar y me mantuve al margen. No sé qué fue lo que se dijeron, de qué hablaron. Me aparté y me encendí un cigarro, no sabía cuál debía ser mi actitud frente a ellos, por lo que opté por no actuar. Fueron tres los cigarros que me fumé mientras ellos hablaban, lo recuerdo porqué pensé que estaba fumando demasiado, pero los nervios me podían. Al rato mi Amo me llamó, a lo que acudí sin demora.

- ¿Qué deseas?- pregunté.

- Alberto es un antiguo compañero de “batallas”, salúdale como es debido.

Agaché la mirada e hice lo que mi Amo me había ordenado. Se me hizo muy raro tomar esa actitud frente a Alberto, primero porque con mi Amo no usamos el “protocolo” del BDSM fuera de las sesiones, aunque me sepa la teoría, y segundo, porque mi relación con Alberto era la de compañeros de trabajo y se me hacía muy raro tratarlo protocolariamente después de tanto tiempo tratándolo como a un igual.

Al poco rato nos fuimos a casa, le pregunté a mi Amo qué actitud debía tomar con Alberto a partir de entonces, me contestó que simplemente fue una manera de marcar a quién pertenezco, que mi actitud con él debía ser la misma que hasta entonces, y que no me preocupara que no iba a acosarme ni a meterse conmigo por ser sumisa, que el tema había quedado más que claro. Sus palabras me aliviaron, aunque no salía de mi perplejidad por el encuentro. No le pregunté nada a mi Amo, no quise meterme en su pasado, y menos aun si no era Él quién sacaba el tema, por lo que me mantuve con la incógnita.

Pasaron los días y la relación con Alberto fue de lo más normal en el trabajo, como si el incidente del anillo no hubiese ocurrido nunca. Casi ya lo había olvidado, es más, se creó entre nosotros cierta complicidad por el hecho de saber de nuestra condición, y por la amistad entre él y mi Amo.

Ese día, por la tarde, mi Amo me hizo poner un plug para ir al trabajo. Otras veces me había hecho poner las bolas chinas para llegar a casa empapada y usarme a su antojo, lo del plug lo reservaba como castigo, pero aquella vez fue sin motivo alguno. Aun así obedecí sin rechistar. La incomodidad de llevarlo puesto me hacía pensar en Él todo el rato, pero la sensación era excitante, no recuerdo cuantas veces tuve que ir al baño para secarme. Suerte que por la tarde solo trabajaba tres horas, y la espera para llegar a casa no se me hizo muy larga. Confieso que estaba excitadísima, y solo tenía en mente mis deseos de ser sometida.

Al llegar a casa mi Amo me hizo quitar el plug. Me preguntó qué tal había ido la tarde, le confesé que estaba muy excitada, aunque me avergonzaba admitirlo.

- De eso se trataba, zorra. –me dijo.

Me ordenó que vistiera para una ocasión especial, que me pusiera el corsé nuevo de cuero, que deja mis pechos al aire, las medias, los tacones altos y el collar. Me duché, repasé mi sexo con la cuchilla, me peiné y me maquillé para la ocasión, me puse el perfume que mi Amo me había regalado por mi cumpleaños. Estaba perfecta, como a Él le gusta que esté. Entró en el baño y me ayudó a abrochar el corsé, tiraba de las cintas con fuerza, con mucha fuerza. La presión del corsé sobre mi cintura casi me ahogaba, pero delante del espejo me sentía preciosa, presa del cuero que mi Amo me imponía, y que moldeaba mi silueta con la misma belleza que mi Amo moldeaba mi persona. Iba a ser una ocasión especial, más de lo que hubiese imaginado jamás. Mi Amo se retiró y yo acabé con los detalles, me puse el collar, los zapatos de tacón, y volví a mirarme en el espejo, aun faltaba algo. Corrí hasta la habitación y cogí del cajón unas pinzas con unas pequeñas borlas de cuero negro colgando, y adorné mis pechos con ellas. Una última ojeada en el espejo me dijo que estaba perfecta, que a mi Amo le iba a encantar el detallito de las pinzas.

Antes de ir al salón pasé por la cocina a por agua, estaba algo nerviosa y tenía la boca seca. Le dije a mi Amo si le faltaba algo, a lo que me respondió que le llevara una cerveza bien fría y algo para picar. Al ser aquella una ocasión especial, cogí una bandeja y puse en ella el platito con las aceitunas y el de los cacahuetes, la cerveza y una copa helada. Fui hasta el salón, mi Amo estaba sentado en el sofá, con las piernas cruzadas y un cigarro en la mano. Cogí un cenicero de la mesita y lo puse en la bandeja. Me arrodillé frente a Él y se la ofrecí. Permanecí allí de rodillas sirviendo de mesilla, con la mirada baja y sin moverme. Después de apagar el cigarro y hacer un trago de cerveza, alargó su mano y me acarició el pelo, me encanta que lo haga, para mí es un símbolo de que aprecia lo que hago para Él. Acto seguido se entretuvo a jugar con las borlas de las pinzas, con el dedo las balanceaba, tiraba un poco de ellas y seguía jugando. Seguía quieta, cabizbaja, aunque notaba cómo me mojaba por momentos y cómo el bombeo de mi sangre se hacía más y más presente en mi sexo. Casi parecía que mi corazón había bajado hasta allí. Mi respiración delataba mi estado de excitación, mi respiración y mi humedad.

- ¿Estás cachonda? – me preguntó.

- Sí mi Amo, lo estoy. - le respondí.

- Deja todo esto en la mesa y ven aquí con tu Amo – me ordenó.

Sin mirarle a los ojos me levanté e hice lo que me había pedido. Dejé la bandeja sobre la mesa y volví a arrodillarme a sus pies. Se levantó, se desabrochó el cinturón, siguieron el botón y la cremallera. Agarró mi pelo con una mano mientras con la otra liberaba su miembro. Violó mi boca, con fuerza. No paró ni cuando tenía arcadas. Tuve la sensación que iba a vomitar en cualquier momento. A Él le daba igual, a mí también. Mis ojos derramaban lágrimas, mi boca babeaba, mi sexo se empapaba cada vez más. Me cogió la cabeza con las dos manos con fuerza, me penetró hasta la garganta con violencia, y apretándome contra su cuerpo se mantuvo quieto dentro de mí hasta que empezó a faltarme el aliento.

- ¿No querías polla? ¿Eh, zorra?

Me soltó bruscamente, estaba babeando como una perra. Intentaba recuperar el aliento cuando volvió a cogerme del pelo, pero esta vez para ponerme de pié. Apartó mi mano, que iba a secar mis babas, lamió mis labios, me besó profundamente, succionó mi lengua y bebió mi saliva.

- Todo esto también me pertenece, no lo olvides jamás, zorra.

No pude contestar.

Se dirigió hasta la chimenea, abrió el pequeño baúl de teca que hay encima de la repisa, y sacó la correa que yo le había regalado, con la empuñadura de cuero negro, y una medalla de plata con mi nombre de perra gravado.

- ¡Ven! – me ordenó. Me puse a cuatro patas y me dirigí hasta dónde Él estaba. Enganchó la correa a la argolla de mi collar, y con un gesto seco me hizo poner en movimiento, hacia la habitación de los “juguetes”.

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