13/2/10

Reencuentro

Por delante de mis ojos mil imágenes abrasaban mis pupilas, intenté apartar la mirada hacia otro lado dónde la quietud me llevara a donde la serenidad y la paz reinaran. No lo conseguía, seguía sintiendo el murmullo de los recuerdos azotando mi razón con demasiada furia. Necesitaba de Sus manos para apagar la sed que tenía, sed de entrega, sed de todo lo que recibo cuando me doy entera.

Las imágenes de mis recuerdos me transportaban a otra dimensión en la que el ruido del látigo marcaba el compás de mis respiraciones, gemía a cada latigazo, con tal precisión que incluso era capaz de sentir el calor del cuero acariciándome, la fuerza de Su mano utilizando el instrumento de mi dulce tortura... Cuando sentía tan vivo ese recuerdo, a penas era capaz de contenerme. No aguanté mas, cogí el teléfono y me dispuse a mandar un sms... al día siguiente en el lugar de siempre.

Dejé todo para poder asistir al encuentro. Ver Su sonrisa cuando me vio me llenó, la luz que inundaban Sus ojos, Su abrazo...Después de un café nos perderíamos en los placeres del reencuentro. Y así fue, lejos de la humanidad me sentí de nuevo viva en Sus manos. Sentí el calor, que tanto echaba de menos, en Sus abrazos, en Sus caricias, en Su voz oscura y cálida. Me sometió con severidad, me entregué con el alma, le di todo cuanto deseó sin que tuviera que pedirme nada, Él sabe que lo tiene todo, las palabras sobran tantas veces...

Ese día sentí el dolor más agudo que había sentido nunca, creí que de un momento a otro mi cuerpo dejaría de ser mío, me vi al borde del precipicio, a punto de caer en el desmayo. Veía en Sus ojos cómo recibía de mi cuerpo el placer que yo sentía ante tal sensación, mi sexo delataba la excitación que mis palabras, ahogadas en gemidos desesperados, no eran capaces de expresar, y yo al borde del precipicio... qué dulce tormento! Me sentí plena, mágica, gigante, me sentí tan especial por poder dar lo que de mí desea, que no puedo sentir sensación que me llene de orgullo más, que la de sentir, la de saber que le pertenezco.

Me siento feliz de mi pequeña locura, de haber dejado mi vida por unas horas para poder estar a Su lado, de haber dado lo que de mí se espera y sentir la plenitud de ser quien soy en Sus manos. Gracias, mi Amo, por permitir que así fuera.