23/11/09

1,2,3,...10? 15? 50?

Recuerdo todos los detalles de la sesion como si hubiera pasado hoy mismo. Mi miedo al látigo me superaba, casi como las agujas... me dan pánico, aunque debo reconocer que hay una especie de imán traidor que me llama a probar, me atrae a buscar más sensaciones, por encima de los miedos y las fobias...

Estaba tumbada en la cama, boca arriba, mi Amo se disponía a jugar conmigo y le ayudé con el guante. No me había percatado que se lo puso en la izquierda, hasta que, mientras hurgaba en mi interior y me derretía ante los placeres que me brindaba mi Amo, vi que su mano derecha empuñaba el látigo. En ese momento tuve miedo, mucho miedo. El hecho de que su mano estuviera jugando dentro de mí me impedía tensarme, me hubiese podido hacer daño. Así que no me quedó otra que relajarme, cerrar los ojos y saborear el momento... El cuero acarició mis pechos, suavemente, antes de golpearlos con habilidad casi mágica. Lejos de sentir el dolor que yo creía que iba a sentir, sentí un calor indescriptible, que poco a poco se transformaba en un dolor aletargado con el calor y la suavidad del cuero. Sentí un placer enorme. Me abandoné a los latigazos y al placer que me brindaba mi Amo con la otra mano.

Visto fríamente, a lo científico malo que no tiene ni idea del tema, como en mi caso, llegué a la conclusión que en mí se desbordó una mezcla explosiva de hormonas que hicieron que me pasara lo que me pasó. Me explico: la adrenalina del miedo que sentía, las endorfinas que calman el dolor y los estrógenos de la excitación,... no sé si hay mas hormonas en un momento así, ni lo sé ni me importa, sinceramente. El caso es que tuve un orgasmo tan brutalmente delicioso que estallé en lágrimas, sollozando como una niña pequeña, sin poder parar durante un buen rato. Empezó en mi sexo, subió por mi estómago, me oprimió los pulmones y acabó derramándose por mis ojos como nunca antes me había pasado. Hasta mi Amo se asustó pensando que me había hecho daño, hasta que pude recuperar un poco el aliento y le dije que no había sido así.

Después de la higiene correspondiente y un ratito de relajación para recuperarme, mi Amo me hizo poner cara a la pared, con los brazos en alto y las piernas abiertas. Empuñó el látigo y empezó a azotarme. Iba subiendo de intensidad, de vez en cuando se escapaba algún golpe mucho más fuerte, después seguían unos cuantos más suaves. A veces sentía su mano acariciando las rojeces de mi anatomía, acto seguido volvía a sentir el cuero. Es curioso como mi amor por la fusta fue substituido en pocos minutos por un amor desenfrenado por aquél látigo de tiras finas y suaves que certeramente me azotaba de una forma mucho más envolvente y cálida que dicha fusta. Es tan diferente la sensación... Oyes el ruido, un calor inesperado se clava en la piel, un calor suave que va subiendo de intensidad hasta que se transforma en un susurro de dolor placentero que perdura muchísimo rato en la piel. Es más diría que el calor no tiene tiempo de tornarse dolor hasta que se paran los golpes, porque es tan sutil el cambio calor-dolor, que antes que el dolor llegue vuelves a oír de nuevo el ruido, el calor,.... Sentía como mi sexo se ofrecía, se mojaba por momentos ante el placer del látigo. Entonces mi Amo me hizo contar hasta diez: uno, dos, tres,..., diez. Intensos, con fuerza. No sé cuantos latigazos fueron. Conté aquellos diez, pero en mi piel ya habitaban muchos cuando empecé la cuenta, y muchos más serían los que vendrian después. ¿Cincuenta? ¿Cien? No tengo ni idea.

De mis labios no se escapó ni un quejido, apenas un gemido ahogado en saliva. Estaba tan pendiente del placer que me daba mi Amo que no me percaté que babeaba como una perra. Mis ojos, incapaces de abrirse, se derretían en lágrimas que dibujaban caminos de brillo y sal en mis mejillas, mi cuello y mi pecho. Lágrimas sin amargura, de placeres intensos como los que estaba sintiendo. Fue tan hermoso... Si hubiese podido verme desde otra perspectiva hubiese visto la belleza de una Diosa, con los ojos cerrados, la paz reflejada en el gesto de su cara,... así me sentía yo: bella, preciosa, gigante, inmortal.